En
cuanto murió el león, temido soberano
de la selva, el cocodrilo emergió desde la profundidad del agua hasta la ribera
del río y, desde aquel lugar, hizo un anuncio al resto de los animales:
—¡Hermanos! Con la muerte del
rey ha de morir también su ley despótica. Ahora soy el animal más fuerte de
esta jungla y me corresponde crear nuevas leyes. ¡Pero no temáis! Mi código
será benévolo y justo, porque tratará a todas las especies como iguales.
Al oír tal promesa, los animales aglomerados reaccionaron con júbilo,
revolcándose gozosamente en la maleza y exclamando: «¡Vivan las nuevas reglas!».
—Mi primera medida —prosiguió
el cocodrilo— será compartir mi patrimonio con los demás habitantes de la selva.
Sin ir más lejos, ¿veis este río sobre el que me encuentro? Hasta ayer fui su
dueño exclusivo; hoy, sin embargo, lo declaro propiedad común. ¡Así es! ¡Venid,
hermanos! ¡Venid a beber el agua que os pertenece!
Los animales corrieron
felices y sedientos en dirección al río. Uno que iba en la turba le dijo a
otro: «si no fuera por las nuevas leyes juraría que el cocodrilo intenta
comernos».
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